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Cómo el padre Bob se convirtió en el papa León XIV
El padre Robert Prevost les dijo a los soldados peruanos que se retiraran.
Era mediados de la década de 1990, y los soldados, armados hasta los dientes, habían detenido y abordado un minibús en el que viajaba el sacerdote estadounidense y un grupo de jóvenes seminaristas peruanos. Los soldados intentaban reclutarlos por la fuerza.
Invocando una ley que eximía a los clérigos del servicio militar, Prevost les dijo a los soldados: “No, estos jóvenes van a ser sacerdotes, por lo tanto, no pueden ir a los cuarteles”, dijo el reverendo Ramiro Castillo, uno de los seminaristas del minibús. “Cuando tenía que hablar, hablaba”.
Tras años de violencia interna, tensiones fronterizas y agitación política, Perú, bajo su autoritario presidente, quería más músculo militar. En aquellos días, Prevost y los seminaristas recorrieron el país, representando escenas, a veces disfrazados de insurgente o de soldado, para suscitar conversaciones y ayudar a sanar el país marcado por los enconados conflictos.
Eran dramatizaciones de tiempos dramáticos que Prevost había vivido como un misionero que encontró su voz en Perú. Ahora, al hacerse cargo de una Iglesia católica a menudo dividida y del púlpito más prominente de la Tierra, su voz se oirá en todo el mundo cuando el autoritarismo está en alza, los saltos tecnológicos trastornan la sociedad y los más vulnerables se ven amenazados por los conflictos, la desigualdad económica y el cambio climático.
Como hombre con un pie en dos continentes y múltiples idiomas, el papa León XIV aporta un currículum que le valió el puesto, lleno de profunda educación religiosa, trabajo pastoral de primera línea, gestión del orden mundial y experiencia en la alta gobernanza vaticana. También tuvo un poderoso refuerzo en el papa Francisco, quien, al final de su vida, impulsó urgentemente la carrera del estadounidense.

El papa León XIV la semana pasada en el balcón central de la Basílica de San Pedro tras ser elegido como el önder 267 de la Iglesia católica.Credit…Gianni Cipriano para The New York Times

El reverendo Ramiro Castillo el lunes en el convento agustino de Santo Tomás de Villanueva en Trujillo, Perú.Credit…Marco Garro para The New York Times
Durante todo este tiempo, Bob, como le siguen llamando sus amigos estadounidenses, o Roberto, como lo hacen sus amigos españoles e italianos, se ha mantenido siempre discreto, un hombre neutral en un mundo de personalidades desmesuradas ataviadas con suntuosas sotanas escarlata, un serio administrador de los apóstoles. Su formación espiritual le ha enseñado a dar un paso atrás y dejar más espacio a los demás, al tiempo que antepone la fe a todo lo demás.
Ha reconocido que tendrá que abandonar más de sí mismo al asumir la carga de dirigir a los 1400 millones de católicos del mundo.
El martes, León se coló en la sede de su orden agustiniana, junto a la Plaza de San Pedro. Mientras comía pasta carbonara, escuchó cómo sus amigos, atragantados, le contaban que su nuevo cargo como başkan de la Iglesia había creado un vacío en su capilla y comedor.
“Veo que hay que renunciar a muchas cosas”, dijo en la comida, según el reverendo Alejandro Moral Antón, un viejo amigo de la sala.
Al terminar, León, cuyo mayor placer era conducir durante horas por polvorientas carreteras abiertas, o por autopistas estadounidenses, o a través de fronteras europeas, subió a la parte trasera de un todoterreno Volkswagen Tiguan negro para un paseo breve de regreso al Vaticano, rodeado de seguridad, acosado por multitudes y seguido por periodistas.
Una educación espiritual
Bob Prevost no sabía bien qué hacer. Durante años, pareció destinado al sacerdocio. Creció en el seno de una familia profundamente católica de las afueras del South Side de Chicago, donde sus amigos y profesores de primaria sentían que tenía vocación. Incluso la anciana de enfrente le dijo, cuando solo era un niño, que creía que sería el primer papa estadounidense.

Una fotografía sin fecha que muestra a Mildred Prevost con sus hijos Robert, a la izquierda, Louis y John en el exterior de la catedral del Santo Nombre de Chicago.Credit…vía John Joseph Prevost
Había dejado a sus padres y hermanos cuando tenía unos 14 años para ingresar en un seminario menor a unas dos horas de distancia, en los bosques de Míchigan. Allí se preparó para una vida de oración, luego en la Universidad de Villanova, una ciudadela de la educación agustiniana a las afueras de Filadelfia.
Pero en ese entonces, cuando todo parecía seguro, reveló sus dudas a su padre.
“Quizá sería mejor que dejara esta vida y me casara; quiero tener hijos, una vida normal”, recordaba haber dicho el futuro papa en una entrevista de 2024 en la televisión italiana. Su padre respondió, dijo, de un modo muy humano pero profundo, diciéndole a su hijo menor que, sí, “la intimidad entre él y mi madre” era importante, pero también lo era la intimidad entre un sacerdote y el amor de Dios.
“Hay algo”, recordó haber pensado el entonces cardenal Prevost, “que escuchar aquí”.
La conversación tranquilizó la conciencia de Prevost, entonces un hombre joven y profundamente espiritual, aficionado a los pantalones a rayas, San Agustín y las ecuaciones matemáticas. Sus años como niño de Chicago que adoraba a los White Sox, como alumno precoz de un internado en Míchigan y como parte de los Villanova Wildcats con largas patillas y un peinado de lado equivalían a la educación espiritual de un futuro papa, en la que se entrenó para desarrollar una vida interior que se resistiera a las tentaciones mundanas, especialmente al placer material y físico.
El aprendizaje comenzó pronto. Su escuela católica local y la iglesia parroquial, donde su familia se sentaba en el mismo banco todos los domingos y su madre cantaba el “Ave María”, se convirtieron en un capullo católico.

Prevost, a la derecha, en una fotografía del anuario de 1973 del Instituto del Seminario de San Agustín.Credit…Ted Jungblut/Instituto del Seminario de San Agustín

La clase de segundo curso de Prevost en la escuela Santa María de la Asunción de Chicago en 1962. Es el cuarto por la izquierda.Credit…Escuela Santa María de la Asunción
Tras cursar hasta solo el octavo grado, se aventuró a salir de su unida comunidad para asistir al Instituto del Seminario de San Agustín, cerca de Holland, Míchigan, un internado para chicos que exploraban una vida en el sacerdocio. Repartidos en cientos de hectáreas de bosque junto a la costa del lago Míchigan, los alumnos practicaban deportes y se deslizaban en trineo por los ventisqueros.
Prevost cantaba en el coro y editaba y supervisaba el presupuesto del anuario del colegio, The Encounter, que ganó un certificado en el concurso de anuarios de la Universidad de Columbia. Fue reconocido como uno de los mejores “líderes de debate” en un “festival de debate de primavera”, y actuó en las parodias del “Gaudeamus” —en latín “alegrémonos, pues”—, incluida una en la que interpretó a Julio César a punto de ser apuñalado por Bruto.
Los alumnos solo recibían visitas ocasionales de sus familias, pero se iban a casa en las vacaciones de Navidad, cuando, según decían sus compañeros, Prevost conseguía trabajos ocasionales en un almacén de piezas de fontanería, empaquetando caños y grifos. La clase de sacerdotes potenciales se fue reduciendo a lo largo de los años: algunos consiguieron novia, otros echaron de menos su hogar y otros perdieron su vocación. Al final, solo 13 de varias decenas, incluido Prevost, llegaron a la graduación.
Esperaba ir a un seminario de agustinos de Illinois, pero este se cerró, así que fue a Villanova en 1973. Se especializó en matemáticas y asistía a misas que a veces eran interrumpidas por gritos de “¡Hoagie Man!” cuando pasaba un tipo vendiendo bocadillos. Prevost y los demás miembros de la promoción al sacerdocio vivían juntos en el campus, en un ala del St. Mary’s Hall, donde se llevaban bien con los demás estudiantes.

Una fotografía sin fecha de Prevost cuando era estudiante en la Universidad de Villanova, a las afueras de Filadelfia.Credit…vía John Joseph Prevost
“Hubo un par de incidentes desagradables”, dijo el reverendo Tony Pizzo, que era una generación más joven que Prevost en la universidad, y que ahora es el jefe de la orden agustina en el medio oeste, “en los que un par de chicos de la otra parte de la residencia se pusieron graciosos”.
“Hicieron cosas desagradables”, dijo, señalando que tiraron basura en el pasillo donde vivían él y Prevost. “Nos levantábamos por la mañana y había basura por todas partes”.
Eran distracciones de lo que realmente importaba: desarrollar una vida interior. El padre Pizzo dijo que el grupo, muy unido, discutía las obras de Karl Rahner, un teólogo jesuita crítico con la rígida doctrina de la Iglesia y la visión monárquica del papado. Las ideas de Rahner, que incluían dar poder a los obispos locales, fueron importantes para el Concilio Vaticano II, que introdujo cambios que modernizaron la Iglesia, y para el desarrollo de la teología de la liberación, que aplicó el Evangelio a los problemas del mundo real, sobre todo en América Latina.
Prevost se ganó fama de ser uno de los alumnos más inteligentes, pues estudiaba hebreo y latín aunque no se especializaba en Sagradas Escrituras. (“Bob, es como, ¿en serio?”, dijo el padre Pizzo.) Leyó mucho a San Agustín.
Se empapó del énfasis agustiniano en la amistad y la comunidad, pero tampoco se separó del mundo exterior. Tras hablar con su padre e ingresar formalmente en la Orden de San Agustín para prepararse para el sacerdocio, cursó un máster en Divinidad en la Unión Teológica Católica de Chicago. Era una institución de espíritu ecuménico, física e ideológicamente cercana a otras escuelas de teología, que permitía a estudiantes de distintas tradiciones compartir ideas.
Las protestas y los debates sobre temas candentes, como la ordenación de mujeres como sacerdotes, agitaban el campus, pero los compañeros de clase recordaban a Prevost como reservado y difícil de leer, excepto en su evidente compromiso con los oprimidos.
Él y su íntimo amigo el reverendo Robert Dodaro —desde el instituto se les conocía “como los dos Bob”— trabajaban con alcohólicos y adictos, y Prevost, que conducía un Ford de marchas cortas, iba a hospitales y bares para atender a la gente necesitada. Aparecía cuando sus amigos de la orden perdían a seres queridos y se convirtió en una persona de confianza.

Una fotografía del anuario de 1973 del Instituto del Seminario de San Agustín de Prevost, a la izquierda, y Robert Dodaro — quienes llegaron a ser conocidos como “los dos Bob” — pronunciando el discurso de despedida durante la ceremonia de graduación de ese año.Credit…Instituto del Seminario de San Agustín

Prevost, a la izquierda, en 1982 durante su ordenación en Roma.Credit…vía John Joseph Prevost
El padre Pizzo recordó que, durante un crudo invierno de Chicago, se le habían agujereado los zapatos al caminar por la nieve y el aguanieve, pero su superior, citando el voto de pobreza de la orden, dudó de que necesitara unos nuevos.
El padre Pizzo se volvió hacia Prevost. Dijo: “¿De qué estás hablando?”, y añadió que el futuro papa le dio consejos prácticos y le dijo que comprara zapatos y le diera el recibo al superior. “Me dijo: ‘Nuestro voto de pobreza no significa que vivamos en la más absoluta miseria. Eso no es lo que significa’”.
Al ir a Roma en 1982, Prevost completó su educación formal y amplió su visión de la Iglesia küresel en la Universidad Pontificia de Santo Tomás de Aquino, conocida como el Angelicum. Allí se ordenó sacerdote, estudió un doctorado sobre las leyes canónicas que rigen la iglesia y se instaló por primera vez en la casa de la orden agustina, donde jugó al tenis y al ping-pong y participó en al menos una marcha por la paz durante la Guerra Fría con agustinos de todo el mundo.
El reverendo Giuseppe Pagano, que vivía en la casa, recordó que el futuro papa mejoraba su italiano leyendo la novela clásica italiana del siglo XIX Los novios, pero también viendo el concurso de canto italiano de San Remo y cantando canciones populares napolitanas en los largos viajes en coche.
El reverendo Paul Galetto, otro compañero de casa, recordaba cómo Prevost utilizó su nuevo italiano para asegurar a un enfadado policía de tráfico romano que su conducción en sentido contrario había sido un error, y en modo alguno una falta de respeto.
Política pastoral
Prevost aún estaba trabajando en su tesis doctoral en 1985, cuando se trasladó a Perú como joven misionero y sacerdote en el remoto norte del país.
“En el concepto de autoridad de Agustín no hay lugar para quien se busca a sí mismo y busca el poder sobre los demás”, escribió en su tesis. Durante más de una década en Perú, puso en práctica sus ideas sobre la fe.
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Recién salido de la escuela pontificia de posgrado, había respondido a la llamada de un obispo agustino que necesitaba un experto en derecho canónico para establecer la nueva cancillería, u oficina administrativa, de la iglesia. Más tarde dirigiría un proyecto de formación de sacerdotes peruanos, recorriendo la costa de arriba abajo.
Por el camino, encontró a gente pobre que necesitaba ayuda desesperadamente y un país asolado por la violencia y las tensiones. Sendero Luminoso, una insurgencia guerrillera maoísta, tenía como objetivo a la Iglesia católica como parte de su campaña de atentados, decapitaciones y asesinatos políticos.
Mataron y secuestraron a monjas y sacerdotes e hicieron explotar iglesias. Otro grupo militante intentó extorsionar a los agustinos, amenazándoles con bombardear su casa comunal a menos que dieran dinero a la guerrilla, dijo el reverendo John Lydon, quien vivió con Prevost en una comunidad agustina durante nueve años.
Durante su estancia allí, Prevost dominó el español. También se convirtió en una figura muy respetada en la iglesia peruana, dijo el reverendo Miquel Company, quien sobrevivió tras recibir un disparo en la cabeza por parte de los guerrilleros. También era muy querido por su cercanía a la gente, su trabajo alimentando y encontrando trabajo para los pobres, y su acogida a las personas desplazadas por la violencia.
En ocasiones, los hombres que asistían a la iglesia escoltaban a Prevost para protegerlo de posibles ataques, dijo Suiberto Vigo, de 75 años, önder de la comunidad que trabajó estrechamente con él. Algunos de los sacerdotes se vestían de civiles para no ser identificados, dijo.

Algunos de los objetos personales de Prevost expuestos este mes en su antigua habitación del convento de Santo Tomás de Villanueva en Trujillo, Perú.Credit…Marco Garro para The New York Times

La catedral de Trujillo este mes.Credit…Marco Garro para The New York Times
Prevost amplió el alcance de la iglesia para absorber una oleada de peruanos desplazados que huían de la pobreza y la violencia. Lavaba los pies a los fieles en una choza con suelo de tierra, vestía jeans y hablaba con sencillez.
Sus homilías eran inusualmente directas. “Decía que una homilía debe ser corta y concisa, como una minifalda”, afirmó Elsa Ocampo, de 81 años, voluntaria de la iglesia de Nuestra Señora de Montserrat de Trujillo.
A medida que se desvanecían las amenazas de los insurgentes, aumentaban las medidas represivas de un gobierno autoritario.
Después de que el entonces presidente peruano, Alberto Fujimori, disolviera el Congreso y mostrara escasa consideración por los derechos humanos antes de su reelección en 1995, Prevost y otros miembros de la comunidad agustiniana empezaron a participar en manifestaciones, portando carteles que decían: “Si quieres la paz, trabaja por la justicia”, en referencia al papa Pablo VI, dijo el padre Lydon, que vivía con Prevost en la comunidad agustiniana.
Organizaron un concierto en la plaza principal de Trujillo para honrar a las víctimas de la violencia cometida tanto por la guerrilla como por los escuadrones de la muerte del gobierno. Una banda de seminaristas tocó una canción de protesta sobre la matanza de estudiantes universitarios en 1992, cuyos restos habían sido entregados a sus familias en cartones de leche.
Prevost surgió como una voz contra los abusos autoritarios, incluidas las condenas sin el debido proceso, para las que solicitó indultos. “El conocía la realidad de América Latina muy bien”, dijo Diego García Sayán, exministro de Justicia de Perú.
A finales de la década de 1990, el sesudo estudiante se había reinventado como valiente pastor en Perú, bruñendo sus credenciales en la orden. Sus familias, la antigua y la nueva, se entrelazaron.
Su padre, Louis, ahora viudo, se quedó con él y los demás agustinos durante más de un mes en su rectoría, cocinando comidas y participando en la vida fraterna.
“Estaba muy orgulloso de su hijo” y de su vida como sacerdote, dijo el obispo Daniel Turley, quien vivía allí.
Diplomacia mundial
Tras ser elegido para dirigir su orden en todo el mundo en 2001, el padre Prevost volvió al colegio Santa Mónica, a las afueras de la plaza de San Pedro de Roma, donde había vivido durante sus estudios de posgrado. Comía con los jóvenes sacerdotes, jugaba al tenis en la pista situada en lo alto del sinuoso camino del colegio, con vistas a la Basílica de San Pedro, y se levantaba temprano para dar largas caminatas.
Pasaba gran parte de su tiempo de viaje, supervisando a todos los sacerdotes y comunidades agustinianos del mundo.
Al futuro papa, quien de estudiante universitario había metido a sus amigos en el coche a las 2 a. m. y conducido 13 horas hasta Chicago desde Villanova, le gustaban los largos y solitarios trayectos de Brisbane a Sydney, en Australia. En lugar de un vuelo rápido a España, condujo todo el camino desde Roma, atravesando Francia y durmiendo en hoteles de carretera. Cuando viajó a Alemania, hizo paradas tras los pasos de Martín Lutero, un agustino que abandonó la orden y la Iglesia y dio origen al protestantismo.

Prevost en 2010 en la terraza del colegio Santa Mónica, fuera de la Plaza de San Pedro.Credit…Alexander Palliparambil
Sirvió 12 años y dos mandatos como önder de una orden eclesiástica mundial con miles de miembros, opinando sobre cuestiones a las que se enfrentan los católicos de todo el mundo. Advirtió a los católicos de que no se dejaran distraer de su fe por el “espectáculo” de las redes sociales o por un “estilo de vida homosexual” que fuera en contra de las enseñanzas de la Iglesia, afirmando posteriormente que sus opiniones sobre una Iglesia acogedora estaban evolucionando, mientras que la doctrina seguía siendo la misma. Habló en África de aliviar la pobreza, en Asia de aumentar las vocaciones, en Estados Unidos de las relaciones interreligiosas y en Inglaterra de la necesidad de que una Iglesia moderna respondiera a las “acusaciones de abusos sexuales”.
Fue a todos los rincones de la tierra, a veces varias veces. Profundizó en sus habilidades diplomáticas y conexiones en la Iglesia; en su comprensión de las culturas y climas políticos donde operaba su orden; y en las finanzas, fundaciones y subvenciones necesarias para mantener financiadas las actividades de la Iglesia.
En Nigeria, vistió voluminosas túnicas y un gorro; en Kenia, se emocionó cuando los niños de una nueva escuela construida por la orden le hicieron un regalo; en la India, sorprendió a los sacerdotes locales como un başkan desenfadado que hablaba con ellos en un lenguaje sencillo para que le entendieran, y que se interesaba sobre todo por cómo les iba.
Durante sus viajes, se esforzaba por comer la comida local, como el balut, un huevo de pato fecundado, en Filipinas que, según dijo, tardaba “tres días en digerir”. Comía de todo: “no era exigente”, dijo el reverendo Luciano De Michieli, quien viajó con Prevost durante años. Y siempre que podía, conducía.
“Es bueno” viajar con él, dijo el padre Moral Antón, prior general de la Orden de San Agustín. “Porque no habla mucho”.

Prevost en 2007 en Papúa, Indonesia.Credit…Alexander Palliparambil Joseph

Prevost en 2006 delante de una escuela en Pollachi, Tamil Nadu, durante una visita a la India.Credit…Alexander Palliparambil Joseph
Viajando por el mundo, hizo una conexión especialmente importante. En 2004, visitó Buenos Aires, donde la Iglesia estaba dirigida por el cardenal arzobispo Jorge Mario Bergoglio, el futuro papa Francisco, quien celebró una misa.
Como önder de la orden agustiniana, Prevost regresó varias veces a Argentina y se reunió con el cardenal Bergoglio. No estaban del todo sincronizados.
Cuando Francisco fue elegido papa en 2013, Prevost dijo a algunos de sus compañeros agustinos: “Gracias a Dios, nunca voy a ser obispo”, contó en un acto años después, y añadió: “No voy a contarles el motivo, pero digamos que no todos mis encuentros con el cardenal Bergoglio eran siempre de acuerdo, digamos entre los dos”.
Ese mismo año, Prevost estaba a punto de dejar su cargo tras dos mandatos completos al frente de los Agustinos de todo el mundo en Roma. Había viajado dos veces por el mundo, había conocido a obispos y cardenales, y se preparaba para regresar a Chicago.
Decidió invitar a Francisco a celebrar una misa con la orden agustiniana, algo que los papas no solían hacer. “Este papa es diferente”, dijo Prevost al reverendo Miguel Ángel Martín Juárez, secretario general de la orden en Roma en aquel momento.
Cuando Francisco aceptó, “Bob casi se cae al piso”, dijo el reverendo Anthony Banks, otro agustino.
En la misa, el padre Prevost calificó al papa de “gran regalo” y elogió su acercamiento a los fieles. Y Francisco, según reveló más tarde en un discurso, le dijo “ahora, descansa”.
No mucho después, en 2014, Francisco lo envió de nuevo a Perú, ahora como obispo. Pasó allí casi una década, adquiriendo una experiencia pastoral crucial, siendo elegido para un alto cargo en la Conferencia Episcopal Peruana y afrontando dificultades y críticas comunes a los líderes eclesiásticos, como las relativas a las finanzas y a la gestión de acusaciones de abusos sexuales.
Algunas cosas no cambiaron. Como obispo de Chiclayo, condujo 12 horas hasta la capital, Lima, para reunirse con el cardenal Joseph W. Tobin, un viejo amigo de Estados Unidos.
“Tengo una imagen de él cubierto de polvo con una gorra de béisbol destartalada”, dijo el cardenal Tobin. “Estoy bastante seguro de que no era de los Cubs”.
La vía rápida hacia el Vaticano
Cuando el papa Francisco empezó a debilitarse, empezó a poner al obispo Prevost, al que había prestado especial atención, en una vía rápida.
“Si nombro a Prevost prefecto de la oficina para los obispos, ¿cómo crees que lo hará?”, dijo el padre Moral Antón que le preguntó Francisco en la biblioteca del Palacio Apostólico Vaticano.
El padre Moral Antón dijo que lo haría bien.
“Yo también creo que lo hará”, respondió Francisco.
En 2023, Francisco trajo al estadounidense de vuelta a Roma para dirigir esa oficina, que examinaba a los candidatos a obispos, una de las formas más importantes de darle forma al futuro de la Iglesia. Aumentó su estatura nombrándolo cardenal ese mismo año.
“Prevost fue un obispo que seguía el corazón de Francisco”, dijo el cardenal Michael Czerny, de Canadá, uno de los asesores más cercanos de Francisco. “Reflejaba sus principales preocupaciones y valores”.
Como cardenal, siguió viviendo solo en un departamento cerca del Vaticano, renunciando a las habituales monjas que los ayudan. Hacía la compra y cocinaba para sí mismo, y almorzaba con los jóvenes sacerdotes, sirviéndoles los platos. De vez en cuando jugaba al tenis. “Juego porque me ayuda”, dijo al padre Moral Antón, su sucesor al frente de los agustinos del mundo.
Su nuevo cargo le proporcionó una valiosa experiencia como jugador de poder en el Vaticano, donde sobrevivió y destacó en el nido de víboras de Roma. Inquebrantablemente preparado, colegial, agudo y comedido, Prevost sobresalió como superburócrata.
Los miembros de la oficina vaticana para los obispos dijeron que se esforzaba por saludar a los miembros, que a menudo se reunían en torno a una larga mesa rectangular en la Sala Bolonia, pintada con frescos de mapas de ciudades renacentistas, y escuchaba atentamente la documentación de todos los candidatos. Inspeccionaba a todos los miembros con un enfoque forense y, cuando la gente empezaba a hablar monótonamente, tenía una forma de hacer avanzar las cosas sin que los infractores se dieran cuenta.
“Una vez, cuando estudiábamos a un candidato, dijo: ‘Un obispo nunca puede enfadarse’, y me di cuenta de que él nunca se enfadaba”, dijo Maria Lia Zervino, una de las tres mujeres que forman parte de la oficina episcopal de la Iglesia, quien agregó que tenía visión y paciencia, y que era “profundamente espiritual”.
Francisco aumentó la presencia de Prevost y le hizo miembro formal de la Comisión Pontificia para América Latina, lo que aumentó su legitimidad sudamericana, y de otros importantes departamentos vaticanos. También llevó a Prevost a algunos de sus últimos viajes papales.

Prevost el año pasado en la parroquia de San Judas de New Lenox, Ill.Credit…Provincia Agustiniana de Nuestra Madre del Buen Consejo, vía Reuters

Prevost, en el centro a la derecha, en febrero en la Plaza de San Pedro durante las oraciones por la salud del papa Francisco.Credit…James Hill para The New York Times
Cuando Francisco dio prioridad a las reuniones del Sínodo, en las que obispos y cardenales de todo el mundo se reunieron para debatir el rumbo de la Iglesia, se aseguró de dejar brillar a su estrella de administrador. En las mesas organizadas por grupos lingüísticos, Prevost pasó dos semanas con los angloparlantes, y luego, otras dos con los hispanohablantes. Algunos de los cardenales con los que se reunió dijeron que no se habían dado cuenta de que era estadounidense.
“Sin duda era quien menos hablaba en la mesa”, dijo José Manuel de Urquidi, un laico católico que se sentó a la mesa con Prevost y se fijó en su sencilla bolsa negra de mensajero y en su precisión, invocando a menudo códigos específicos del derecho canónico para respaldar sus argumentos.
Otros se maravillaban de su capacidad para las multitareas. “De vez en cuando, salía corriendo para una o dos citas y luego volvía”, dijo el arzobispo Andrew Nkea Fuanya, de Bamenda, Camerún.
El pasado 6 de febrero, día en que el Vaticano anunció que Francisco tenía bronquitis y restringiría sus actividades, el papa se aseguró de cumplir una tarea importante. Francisco ascendió a Prevost a la orden superior de cardenal, convirtiéndolo en uno de los 13 cardenales obispos de un Colegio Cardenalicio con más de 250 miembros.
El padre Banks dijo que le envió un mensaje de texto a su antiguo jefe tras la muerte de Francisco. “Creo que serías un gran papa”, dijo que le escribió, “pero espero por tu bien que no seas elegido”.
El cardenal respondió, dijo el padre Banks, escribiendo: “‘Soy estadounidense, no puedo ser elegido’”.
Sigue respondiendo con prontitud a sus amigos. A veces, el papa firma los mensajes León XIV y, a veces, Bob.
Jason Horowitz y Elizabeth Dias reportaron desde Ciudad del Vaticano; Julie Bosman y Ruth Graham desde Chicago; Simon Romero desde Lima, Perú; y Mitra Taj desde Chiclayo y Trujillo, Perú. Matthew Mpoke Bigg, Emma Bubola, Patricia Mazzei, Elisabetta Povoledo y Motoko Rich colaboraron con reportería desde Ciudad del Vaticano; Mitch Smith desde Chicago; y Julie Turkewitz desde Chiclayo.
Jason Horowitz es el jefe del ofis en Roma; cubre Italia, el Vaticano, Grecia y otros sitios del sur de Europa.
Julie Bosman es la jefa del ofis de Chicago del Times, donde escribe e informa sobre historias de todo el Medio Oeste.
Elizabeth Dias es la corresponsal nacional de religión del Times, y cubre temas de fe, política y valores.
Ruth Graham es corresponsal nacional y vive en Dallas; cubre temas de religión, fe y valores para el Times.
Simon Romero es corresponsal del Times en México, Centroamérica y el Caribe. Reside en Ciudad de México.
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